ian kiaer at asprey jacques
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From: corando naya
Category: Exhibitions
Date: 27 September 2001

Review

“quiero construir una casa cerca de un río limpio cuando haga calor, abrir las ventanas sombras de los arbustos como pinturas escuchar el fluir del río olvidando lo mundano. un viajero viene a gozar de este paisaje los pescadores regresan a sus casas, hasta un viajero viene a disfrutar de esta montaña y este río, afortunadamente, siendo el río ancho y largo, no oigo el ruido del mundo y quisiera que los pescadores no fueran y volvieran tantas veces pues temo que la gente conozca de este lugar y lo abran al mundo.”

Este poema de Yang Paeng-Son (o Hankp’o) quien vivió en la Corea del S.XVI, es la única información que quiso incluir Ian Kiaer en la invitación a su muestra, y es también la mejor introducción a la misma que podemos hacer desde aquí. Hankp’o, como tantos personajes a los que admira Kiaer, construyó realmente su casa ideal suficientemente aislada del mundo, pero lo hizo sólo tras intentar realizar una utopía común. El espacio entre esas voluntades aparentemente contradictorias de construcción: la intervención social o el retiro productivo e individualista, alimenta la obra de Kiaer. Se cuenta que Hankp’o antes de comenzar a construir esa casa en la que continuaría creando sólo para sí, solía encontrarse cada día con su maestro Cho Kwang Cho para discutir las bases de una nueva sociedad que ante todo reconociera el valor de la vida humana, y que tuviera la justicia y el bien común como metas: Kwang Cho terminó sus días ejecutado por el rey, pues algunos de sus discípulos quisieron pasar a la acción con las buenas ideas y no encontraron oídos ni paciencia por parte del poder. Hankp’o fue testigo del envenenamiento de su maestro, y desde entonces se retiró a lo alto, quizá al lugar que pintó acompañando al citado poema: un valle nublado con altas colinas y un río que se pierde en meandros con una barca deslizándose lentamente desde las casas de la ribera. El cruce que hace actuar a Kiaer es pues aquel en que una arquitectura privada, diríamos personal más que doméstica, y en relación aunque sea evasiva con el mundo histórico, surge de, o gracias a, unas ideas grandes, utópicas -y por tanto, nunca realizadas-. Este desfase no ha de leerse como una frustración, sino al contrario como una realización de la intensidad de la utopía y de las ideas en otra escala; una fuerza que se cuela en los espacios que serán habitados por el propio constructor. Ideales proyectos públicos, ideas políticas, son materializadas pues en pequeño para quien sea capaz de verlas. Ubicados ya en ese cruce entendemos que en el camino de Kiaer entren como acompañantes el Tarkovski de Solaris o Sacrificio, -la importancia de sus casas y el modo de construirlas y habitarlas en relación con el mundo-; Curzio Malaparte, -su vida política y la intensidad con que su casa en Capri se enfrenta al mar-; o incluso varios Constructivistas rusos con sus pequeñas maquetas y monumentales ideas. Todo esto debemos verlo tamizado con el conformismo microscópico de la mirada de Kiaer que nos pide, por ahora, una imaginación que ponemos sin esfuerzo, y que nos hace entrar en sus maquetas repletas de mínimos detalles y algo de humor. Kiaer de momento, mientras no comience a construir con intensidad su propia casa, tiene suficiente con materiales pobres o encontrados a los que hace ver con otros ojos y a escala. Así lo hizo en la Manifiesta 3 de Liubliana, o en New Contemporaries99: Papeles arrugados pueden mostrarse simplemente instalados en relación con otros elementos, pero en ellos imaginaremos, como en una maqueta, las fórmulas estructurales que hacen posible su equilibrio, y disfrutaremos con sus marcas, en las que quizá se escondan noticias de un mundo que se aleja. Cintas adhesivas en el suelo nos indican la escala del camino que nos ha de llevar a la casa retirada: quizá ésta sea una caja de hamburguesa o una de pescado, invertidas, aún despidiendo olores mitológicos: a éstas las veremos como bóvedas de muy compleja construcción en las que podríamos vivir. Del suelo al techo de la galería se da cabida a un universo poblado de palacios de cartón. Cuando el mundo parece quedar lejos, es porque una mirada intensa lo ha retirado por momentos, y el cartón, como para el niño, deja seriamente de serlo.

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